Cuando hablamos de adicciones, normalmente pensamos en el consumo de sustancias cómo el alcohol u otras drogas, pero más allá del componente químico que provoca la adicción, el ser humano se puede volver adicto a cualquier conducta que convierta en hábito, porque el factor clave es la función que cumple el hábito, es decir, el para qué lo hace.
Por ello podemos volvernos adictos a cualquier cosa, aunque no contenga un componente químico, a las compras, a las redes sociales, al deporte, al sexo y por supuesto al trabajo.
Adicción, significa adherir , añadir cosas y la gran mayoría de las personas que tienen una adicción, a través de estos comportamientos anestesian su malestar , se alejan de sus problemas, consiguen evadirse de ellos.
Muchas personas trabajando, no tienen que enfrentarse a sus emociones o problemas de pareja, y adquieren un gran placer controlando su sufrimiento y su malestar, incluso llegan a implicarse de tal modo, que se evaden de la realidad, aumentando su valía y eficacia, con ello su autoestima.
Visto de este modo, alguien que siente que tiene un problema, que le crea frustración, malestar, pérdida de control e incluso le incapacita y a través del trabajo consigue alivio, placer y satisfacción, consideraría que es la mejor solución.
Además si te gusta tu trabajo y el pertenecer a una sociedad en la que la importancia del mismo prevalece por encima de la salud mental y física, incentiva esa adicción . En un mundo en el que la competencia y la rivalidad laboral están muy bien considerada, es fácil volverse adicto al trabajo, teniendo en cuenta ese efecto calmante.
No es un problema implicarse en tu trabajo, sentirse productivo, válido en él, es enriquecedor.
El problema está en cuando se vuelve algo obsesivo y descuidas o abandonas otras áreas de tu vida, como puede ser la social, familiar, el ocio o el autocuidado.
El deseo de ganar mucho dinero, de ser importante y escalar socialmente o en la empresa, de tener prestigio o reputación, de alcanzar poder… Aunque estas cosas gustan a casi todos, suelen ser un factor motivacional más importante en quien se ha sentido vulnerable, poco válido y digno de amor, ha sido abandonado o atacado, de forma que alcanzar cualquiera de estas variables le da una fantasía de protección y seguridad obsesivas muy agradables y potentes al calmar un miedo profundo.
La adicción al trabajo no sería tan diferente a muchas otras (funcionalidad, evitación, compensación…), sin embargo, el componente descrito en el párrafo anterior junto con otra anomalía en las adicciones, la de estar socialmente bien vista, la hacen especialmente peligrosa y menos evidente.
Y es que si una persona está todo el día de bares, rápidamente lo ve mal todo el mundo y el propio consumidor es consciente de que algo de lo que está haciendo no está muy bien.
Sin embargo, del trabajador que está hasta tarde en la oficina, de camisa y con buena pinta, con el cansancio esculpido en el rostro por muchas horas de trabajo, nadie tiene un mal comentario o una mala mirada, por mucho que el hecho de estar ahí implica que, probablemente, está ausente para sus seres queridos o él mismo.
Desde luego, no es la peor de las adicciones posibles, ya que trabajar mucho no tiene los efectos devastadores de otro tipo de adicciones, pero su carácter sutil y que se vea recompensada a tantos niveles (económico, prestigio, valor social, buena consideración…) la hace especialmente peligrosa. Tampoco hemos de olvidar el impacto que tiene el cansancio y el estrés laboral en la salud, que puede ser tan peligroso como fumar o que potencie otros factores de riesgo como el sedentarismo o la soledad…
En la cultura actual, donde se ha promulgado la horrible idea de que el valor de las personas depende de sus características, cualidades, atractivo, desempeño y rendimiento, tenemos totalmente normalizada una visión de las cosas y una narrativa que fomentan tanto este problema de la misma forma que la sociedad de culto al cuerpo y la imagen los trastornos de alimentación.