Muchas veces, escuchamos frases como: “Esto te lo ha puesto la vida para darte una importante lección”, “Con el tiempo verás esto que ahora te causa dolor como un aprendizaje”, “puedes verlo como un problema o verlo como una enseñanza”, no siempre aprendemos de todo lo que nos ocurre.
Es cierto que el ser humano, cuando vive algo duro y difícil, suele aprender lecciones valiosas de ello y bilógicamente el ser humano es resilente. Es complicado experienciar algo de mucha intensidad emocional y relevancia en nuestras vidas y no sacar algunas lecciones importantes de ello, y es que el aprendizaje humano está mediado por el impacto de cómo nos hace sentir y nos afecta de forma directa lo que nos ocurre.
No aprender de experiencias intensas y duras es inevitable, lo cual está muy bien, pero creo que eso es relativizar y deformar mucho el proceso de cómo vivimos algo doloroso y profundamente desagradable.
Pedirle a alguien que lo vea como una oportunidad o como algo positivo, es duro y poco empático por un lado, y simplista por otro, ya que sólo estamos quedándonos con la parte del aprendizaje obviando su coste y malestar implícito en la misma experiencia. No sólo es aprendizaje y ya, ni tampoco es la única forma de aprender: El amor o el vínculo seguro también es un profunda enseñanza, o el profesor que te motiva o sentirte comprendido y arropado por alguien. No todas las enseñanzas van acompañadas de sufrimiento ni sólo aquello que es doloroso es una lección importante o real.
Se trata de alguna manera de endulzar los momentos difíciles de la vida y de automanipularnos y dando otro significado a la realidad ante un miedo a aceptar el dolor y el malestar que caracteriza a muchas experiencias que también forman parte de la vida. No saber aceptar y reconocer el dolor, junto con las emociones desagradables de tristeza, rabia, ansiedad, miedo o culpa que le acompañan, es no saber aceptar la propia naturaleza de la existencia y de la vida.
El dolor a veces, es simplemente dolor, no purifica, no nos hace mejores, solo daña. Hay experiencias que nos desbordan y nos quiebran en las que no podemos hacer nada con ellas en un primer momento (el darle un sentido o recolocarlas es algo que viene después), como un niño abusado, la traición profunda, la pérdida de un hijo o el sufrimiento de la enfermedad.
También, a veces necesitamos ayuda profesional para poder sacar esas lecciones y poder recolocarlas, por lo que no podemos hacerlo todo solos. No todo depende de nosotros ni de cómo lo enfoquemos, hay veces, que la realidad es simplemente, como es, y es desagradable y desgarradora en sí misma.
Las consecuencias colaterales de una experiencia no son lo que definen la propia experiencia en sí, y desde luego, a alguien que está pasándolo mal pedirle que lo mire con una perspectiva alejada de su propia vivencia es algo totalmente imposible. Es precisamente pasar por el dolor y superarlo, es transitar el malestar y luego poder verlo con perspectiva lo que nos permite aprender esas lecciones. Necesitamos pasarlo para aprenderlo, pero mientras lo estamos haciendo, el dolor es tan intenso que no hay espacio en nosotros para poder sentir otra cosa más allá del mismo.
Estos aprendizajes y lecciones tampoco evitan el dolor o el malestar, simplemente son otra cara de la moneda, y no podemos negar ambos, pues sería negar la realidad. Hay aprendizaje sí, pero también sufrimiento.
El sufrimiento forma parte del ser humano y no esta mal estar mal. No hay que culpabilizar a las personas por algo tan normal como pasarlo mal cuando nos ocurren cosas desagradables.
A veces, el dolor y lo terrible, es simplemente eso. Y en esos momentos necesitamos más compasión y empatía más que lecciones, cuando pasemos la crisis, cuando curemos las heridas, ya habrá tiempo para aprender, y ni a pesar de esos valiosos aprendizajes, difícilmente nos alegraremos totalmente.